Paseando por mi amado Mayagüez como turista diásporo que aún no acepta que hace años que se fue, y creyéndome “local” y de la calle, conversaba con Louis el Viejo.
Me cuenta Louis de su tío Paco, uno de tres hermanos que dejaron una barriada de nombre ya olvidado cerca del Maguayo en Lajas, quienes se fueron a niu yol a probar suerte pa’ allá en los cuarentas, pues ya estaban viejos pa’ ser soldados.
Tío Paco fue el último en regresar y cuando volvió llegó hablando de furnitura, y cuando se enfermó pidió una nursa a domicilio y decía muchas cosas más que sonaban a marcas como cuando pedía un batido pero que lo hicieran en el Osterizer.
Decíamos de tío Paco, como dice el viejo chiste, que era tan maceta que no se tomaba una Coca-Cola por no botar los gases.
Me cuenta Louis el Viejo, mientras caminamos por mi vieja urbe de mezcla contigua de decadencia y renueve, que muchos años después de regresar, y ya viejo pero todavía con vida por vivir y cosas por hacer- con brio, el tío Paco le pidió que pasaran el día visitando su viejo barrio- aquel que dejó cuando nunca había usado zapatos que no hubiesen sido remendados y revendidos varias veces y cuando llegar al pueblo de San German o al Poblado de la Parguera les llevaba la mayor parte del día y sólo se hacía el viaje por víveres y para vender la yuca y ñame que sembraban los pocos jíbaros que vivían en la barriada de nombre ya olvidado.

En el camino, contaba tío Paco de la primera vez que se enamoró, de Celia, la hija de la viuda de Aponte- como to’ el mundo la conocía. Y se escapaban Paco y Celia de chicos y llegaban hasta la Laguna Cartagena donde se bañaban sin ropa y jugaban como los niños que todavía eran y aun sintiendo la urgencia, la de él y la de ella, el tío Paco y Celia no pasaban de darse un beso y regresar a la barriada de nombre ya olvidado cogidos de la mano, en silencio y sonriendo como idiotas- que es como se sonríe cuando se está enamorado.
Todo el camino habló el tío Paco de su hogar, sus hermanos, como se siembra un montón de yuca y como se encuentran los ñames y las yautías creciendo silvestre en el monte y de cómo atrapaba camarones y anguilas en la quebrada usando un latón de manteca con boquetes en el fondo.
Louis el viejo nunca había visto a su tío Paco así, alegre. Ni lo había escuchado hablar de otra cosa que no fuera el negocio, las reglas, y la comida- porque comía como si hubiese pasado hambres caninas.
Se les hizo difícil encontrar la barriada- y fue el tío Paco, quien dejándose guiar por la quebrada y la silueta de la sierra dijo “Es allí, pero no se parece.”
Se parquearon. Tío Paco no quiso bajarse, pero Louis el viejo lo convenció- aunque fuera a orinar antes de volver a Mayagüez. Y en un edificio de bloques de cemento y varilla aun sin terminar, que hacía tanto de chinchorro como de farmacia local, preguntaron si sabían de la barriada de nombre ya olvidado, al pie de la sierra y de donde se podía caminar a la laguna, a San Germán y a la Parguera.
Les dijeron que ahí mismo estaban, pero ahora se le conocía como El Reparto y que estaba creciendo y progresando mucho. La farmacéutica les señalo las fotos en blanco y negro en la pared. Ese era el barrio en los tiempos de Paco el niño y de hombre joven sin futuro.
Como niño, Paco miró las fotos y hasta se reconoció a el mismo y sus hermanos, ¡y a Celia! Posaban como soldaditos (o más bien niños asustaos) dirigidos por Mr. Rivera, el único maestro y principal del ranchón que era más bien un bohío y servía de escuela hasta el cuarto grado que fue lo único que Paco y sus hermanos estudiaron antes de ser “hombres” y tener que trabajar todo el día en el monte y en el llano o en los cañaverales de Cabo Rojo.

La foto la había tomado un antropólogo “americano” “de allá”, que había vivido en su comunidad por unos meses pues de más está decir que era la comunidad de Paco el niño ya algo raro para ese entonces y destinada a ser objeto de estudio; y a vivir en las memorias enredadas y los multiversos de los pobres ancianos que miran fijamente a la nada mientras recorren los laberintos del recuerdo.
Tío Paco no reconoció nada, ni a nadie. Nadie conocía los nombres que mencionaba, ni la escuela, ni a Mr. Rivera- y nunca supo que fue de Celia. Pidió irse. “Pero nos vamos sin comer?” preguntó Louis. “Si, vámonos ya.”
Tío Paco se había dejado llevar por la emoción del recuerdo y por un breve tiempo volvió a ser el niño y el hombre joven sin futuro enamorado de Celia. Ahora regresaba a Mayagüez más viejo que cuando salió esa mañana y sin decir una palabra en todo el camino hasta que su sobrino lo dejó frente a su casa, se bajara del auto y dijera “me buscas mañana para ir al médico.”
Y me cuenta Louis el viejo que desde ese entonces apenas salía Tío Paco y que empezó a guardarlo y organizar todo; botellas de Coca-Cola, sobres de cartas, papel de regalo que doblaba y estibaba en las esquinas de las muchas habitaciones de la casa que compartía con su esposa “Celia” quien era un facsímil razonable de ese primer amor- a quien había prometido ir a buscar tan pronto hiciera alguito en Niu Yol. Pero cuando hizo alguito ya estaba casado con Celia la que había nacido en Brooklyn de pai y mai boricuas.
Se paso el resto de su vida esperando su ultimo día, vencido por algo que no podía identificar, guardándolo todo y por etapas reorganizando su colección de chasquis, siempre buscando algo que se le perdió – decía el. Le llegó el día de dejarnos y antes de expirar le pidió a Louis que siguiera buscando sin decirle que buscar.
Desde ese entonces le temió Louis el Viejo al recuerdo, al volver adonde saliste, y evitaba los funerales y visitar amigos enfermos, y dejó de frecuentar a sus amigos melancólicos que vivían añorando el pasado.
Y me dijo, “No vuelvas al lugar de donde saliste porque el día que no te conozcan y todo te sea extraño te va a pasar como a Tío Paco y te la vas a pasar buscando algo que no sabes lo que es y que no vas a encontrar aquí.” No hablamos más ese día hasta que nos tocó bajarnos en Sam’s a hacer compras para otro fin de semana en los cayos de la Parguera- los mismos que viera el tío Paco desde la sierra y en los que nunca puso pie.
Al tío Paco se lo comió la melancolía, el buscar lo que había perdido y que sólo existía en el pasado. A Louis el viejo, lo abrumó la ansiedad de querer vivir en el futuro mientras su presente se le hacía pasado que no vivió. Y yo aquí sigo tratando de abrazar los dos intentando estar presente.
